martes, 17 de junio de 2014

¿Qué esperas de mí?

Hartwig HKD
Llevo tiempo sin escribir, pero los acontecimientos me lo han impedido, son muchas las cosas por las cuales debo estar pendiente y es poco el tiempo, que puedo dedicar al blog. Sin embargo voy anotando lo que como un susurro al oído me llega y me dice “anótalo y cuéntalo más tarde”.

Este es uno de esos momentos en los que algo desde dentro me dice, compártelo, así que lo hago.

Tenía pocos días de haber llegado a tierras centroamericanas. Venía con una tarea que culminar al tratar de conseguir una segunda nacionalidad. Estando en una de las oficinas de un consulado esperando ser atendida, de pronto observo un anciano con dificultades para caminar, sus pies hinchados y deformes le impedían calzarse bien y apenas unas sandalias lograban cubrir parte de sus dedos. Se dirigió al funcionario y con un esfuerzo se sentó en una silla situada dentro del cubículo, esperando su turno de ser atendido. La oficina tenía paredes de vidrio lo que permitía observar lo que ocurría en el interior.

Veo que el señor comienza a buscar algo dentro de una pequeña bolsa que llevaba, saca algo doblado… es una camisa, de pronto le veo algo blanco a esa camisa, es una camisa con clergyman, el cuello que utilizan los sacerdotes. ¡Dios mío es un sacerdote anciano! Me dije. Observaba como trataba de ponerse la camisa para ser fotografiado con ella en el documento que estaba solicitando. El funcionario esperaba inmóvil, no sé si sorprendido o no, no estoy para juzgar. Me dirigí a la persona que estaba sentada a mi lado y le comenté el anciano es un sacerdote, ¡ah sí!, me dijo. De pronto el corazón se me puso chiquitito y pensé: Dios ¿a quién me presentas?, ¿eres tú Cristo?. Me levanté lentamente me dirigí al sacerdote y le dije: ¿Me permite Padre, puedo ayudarle? Mirando al mismo tiempo al funcionario esperando su aprobación de que estuviera allí.  Ayudé a abrochar el cuello de su clergyman , ya que con sus manos temblorosas no lograba hacerlo.

Así fue como, a la pregunta que le hacía a Dios en esas horas de espera, sobre qué esperaba de mí en estas tierras, comenzaba a mostrarme que tratar de ver el rostro de Cristo en los demás era algo importante, estuviera donde estuviera, de la nacionalidad que fuera, de la condición social que fuera, dar testimonio del amor de Cristo  era una tarea encomendada, pero a veces con los más cercanos, la misma familia se nos hace tan difícil.


El sacerdote culminó su trámite y nuevamente recurrí a ayudarle para desabrochar su camisa ya que se la quitaría.” Vienes a hacer el favor completo”, me dijo, si Padre le respondí, usted es Cristo. Eres una buena colombiana, me dijo. Mi respuesta fue, soy una colombo-venezolana. Mi corazón se llenó de gozo en ese momento, sentí que todo el rencor que nos han sembrado a los venezolanos, puede olvidarse si aprendemos a ver el rostro de Cristo en nuestro prójimo.

"Les doy un mandamiento nuevo, dice el Señor, que se amen los unos a los otros, como yo los he amado" Jn 13,34

3 comentarios:

PEPE LASALA dijo...

Es precioso Mª Auxiliadora. Me ha conmovido esta historia, y me ha gustado la forma que tienes de enseñarnos a que veamos el rostro de Cristo en los demás. Gracias amiga. Paso por aquí también para despedirme por las vacaciones, así que un fuerte abrazo, feliz verano y hasta Septiembre.

Fran dijo...

Gracias por compartir esta experiencia, es muy enriquecedor saber que hay personas como tú, verdaderos cristianos, que ven a Cristo en los demás. Este amor es la fuerza capaz de romper todas las barreras. Me ha emocionado, es una de las entradas que más me han llegado al corazón desde que empecé en 2008.

Rosario dijo...

Gracias por compartir Maria. Todos debemos de ver a Cristo en las personas con las que tratamos a diario. Aveces nos olvidamos de los dos grandes mandamientos. Amar a Dios y a nuestro projimo.

Señor, te creo.

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