La cena en Emaús |
Ante todo
debemos decir que el evangelio de Lucas estaba destinado a los cristianos de
cultura griega, por ende no era fácil predicar la buena nueva del
acontecimiento de Cristo en un contexto social en donde el tema de la resurrección
no era fácil de creer. Es así que una de las problemáticas de los cristianos de
los primeros días después de la Resurrección del Señor era cómo hacer creíble
la Resurrección del Señor ante un mundo hostil e incrédulo. Los lugares que
aparecen en el texto están cargados de significado: Jerusalén es lugar del
acontecimiento de la victoria de Cristo sobre la muerte, lugar del testimonio
de Jesús, incluso lugar donde saldrán los discípulos a predicar al mundo
entero. Mientras que Emaús, es el lugar de la duda, del sin sentido, del
aparente fracaso, caminar hacia Emaús no es simplemente ir hasta la casa sino
incluso lugar de abandono del proyecto de Dios. Emaús por tanto, más que un
lugar geográfico es un espacio existencial de los discípulos desilusionados que
buscaban creer y dar testimonio en un mundo incrédulo.
El discípulo se puede
dejar enceguecer por el pesimismo ambiental y escéptico de toda esperanza. Para
los discípulos del Señor no era fácil
vivir siempre con los ojos abiertos para reconocer al Señor en medio de la
oscuridad de ser rechazados, mal vistos y burlados. Ante un ambiente de ese
estilo se suscitaba la pregunta. ¿Cómo
experimentar un Cristo vivo y en dónde? Lo primero sería en dejarse
encontrar con Él mismo, no son nuestras preconcepciones de Dios lo que nos
acercan a Dios, no son las ideas monolíticas de Dios que tenemos en nuestras
vidas las que nos hacen conocer a Dios mismo, sino lo nuevo que encontramos de
Él en la vida misma. No son las altas especulaciones con las que se encontraron
los discípulos en el mundo griego donde podían encontrar certezas de Jesús
mismo, aunque fascinara sus teorías, sino lo que Jesús decía de sí mismo en las
escrituras. En este episodio de Emaús, Jesús al encontrarse con sus discípulos
en el camino se muestras explicándole las escrituras, nos dice el texto: “y comenzando por Moisés y siguiendo por
los profetas les explicó lo que se refería a él en todas las escritura”.
Hablar de Jesús en tiempo de Jesús no era simplemente echar el cuento de cómo
resucitó, sino ver el sentido de los hechos desde lo que ya se había anunciado
desde la historia misma ante de Jesús; era hablar lo que ya decían los profetas
acerca de él. Más adelante los mismos discípulos que caminaron con él
comentaron diciendo: “¿no ardía nuestro
corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba la Escrituras?”
es decir, el fervor por Jesús nace cuando se descubre el encanto de las
promesas de Dios por nuestras vidas o las promesas de Dios en nuestras
historias personales. Pero para ello hay que abrir las escrituras, de lo
contrario Jesús se quedaría en el plano de la historia de un líder meramente
histórico del pasado pero sin
trascendencia para la vida y sin significación en el presente humano. Es muy
distinto ver a Jesús desde la mirada de aquel que construye una ideología
religiosa y política que desde la mirada de aquel que busca salvación. Lo primero para abrir los ojos de la fe es
dejarse en encontrar por Él mismo tal como Él es desde su palabra.
Lo segundo, sin ser
presuntuoso en la propuesta como para ver a Jesús, se debe mostrar la Palabra
experimentada en el gesto de la caridad
y de la fraternidad. A Jesús se le termina reconocer en la caridad o
solidaridad entre hermanos, es decir, la Palabra de Jesús que se explica a sí misma
se contempla en el amor de los hermanos, en el compartir. El gesto central o
celebrativo de todas las vivencias de amor de los hermanos y que los aglutina es la Eucaristía. Los primeros
cristianos no se reunían para cumplir un precepto sino para glorificar en
cantos y alabanza la presencia de Cristo en el pan eucarístico. Lo que ya ardía en sus corazones ahora lo
celebran. Pero el contexto del gesto eucarístico no estaba desligado en primer
lugar de la caridad, era su espacio vital e inicial, la eucaristía comenzaban
cuando primero se amaban. Por lo tanto no era un rito preceptivo sino algo
vital, incluso su consecuencia, por eso para San Pablo era un escándalo muy
grande celebrar la eucaristía si no había caridad en la comunidad. Ante la
pregunta de cómo encontrar a un Cristo vivo o resucitado, la respuesta es que
solo se verifica la trascendencia de lo
ocurrido en Jerusalén en la fuerza de los que se aman aún más allá de los lazos
de sangre o de nación. Solo un apasionado por la caridad que ve el centro de
todo lo que ama en la Eucaristía es capaz de demostrar que Jesús está vivo.
También en
nuestros tiempos por muchos factores pudiéramos caminar con Jesús sin sentir
que Él está.Hablamos de Él pero no conmueve, incluso no nos hace cambiar,
simplemente repetimos lo que nos dijeron y vamos convirtiendo nuestra religión
en reliquia espiritual de museo hasta el punto de perder el fervor y volver las
expresiones de fe en repeticiones áridas de cosas. El Papa habla en su
exhortación apostólica EvangeliiGaudium de tentaciones que hacen perder la
alegría de los agentes pastorales, entre ellas el pesimismo estéril. Advierte que “los males de nuestro mundo –y de
la Iglesia- no deberían ser excusas para reducir nuestra entrega o nuestro
fervor” (84), critica a los cristianos “pesimistas quejosos y desencantados con
cara de vinagre” (85), y por eso enfatiza “no nos dejemos robar la esperanza”.Más
aún el Papa en su documento hace voto por “las relaciones nuevas que generan
Jesucristo” entre ella aquellas que “invita siempre a correr el riesgo del
encuentro con el otro, con su presencia física que interpela, con su dolor y
sus reclamos, con su alegría que contagia en un constante cuerpo a cuerpo. La
verdadera fe en el Hijo de Dios hecho carne es inseparable del don de sí, de la
pertenencia a la comunidad, del servicio, de la reconciliación con la carne de
los otros. El Hijo de Dios, en su encarnación, nos invitó a la revolución de la
ternura” (88).
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