domingo, 16 de marzo de 2014

Reflexión del Evangelio 2° Domingo de Cuaresma. Pbro. Alberto Márquez

Tomada de Camino catolico.org

Hoy nos habla el evangelio de una transfiguración de la persona de Jesús delante de sus discípulos. Transfiguración tal como lo describe el relato de Mateo del día de hoy consiste en el resplandecimiento luminoso del rostro de Jesús y la transformación en blancura de su vestido. Todo este detalle más la voz que escucharon en la que se decía “Éste es mi Hijo muy amado, en quien tengo puestas mis complacencias; escúchenlo” sugieren que Jesús es una Revelación. Después de todas las manifestaciones que Dios ha tenido con los profetas y Moisés, ahora se hace plena y definitiva en la persona de Jesús.

El pasaje está cargado de símbolos significativos; ya la idea de la montaña a la que sube Jesús con Pedro, Santiago y Juan  sugiere el lugar donde se da a conocer Dios, distinto a la montaña de la tentación a donde fue llevado Jesús por el demonio para ser instigado Jesús en el poder y en la idolatría. Esta montaña evoca al Sinaí, lugar donde Moisés recibe la revelación de los mandamiento de la ley de Dios y en donde brilló también su rostro y el lugar donde a Elías se le revela sus misiones ante el mundo. En este episodio de la transfiguración ciertamente no es Jesús el que recibe una revelación, pues Jesús ya la conoce, es más Él es la misma revelación. En este caso quien recibe la revelación son los Apóstoles, esta manifestación les dice “escúchenlo”. Pedro, Santiago y Juan eran judíos y se habían acostumbrado a reconocer por tradición en ver la revelación de Dios en la tradición jurídica de Moisés y en los profetas y en su gran representante Elías, símbolo de aquel profeta que regresaría. Para los Apóstoles judíos antes de conocer a Jesús su luz era la ley y los profetas, de eso vivían.

Aquí acontece como decimos un “cambio de luces”. Jesús era ahora algo nuevo para los discípulos, en Él se cumple todo lo que decían los profetas y es la nueva ley para la humanidad, en adelante su persona brilla como luz de vida para los hombres. Antes los profetas y Moisés eran los que hablaban con Dios, ahora toda la humanidad puede hablar con Dios a través de Jesús; si se escucha a Jesús se sabe hablar con Dios, su rostro es la imagen de su Padre.

Su condición de ser el Hijo de la gloria, de la fuente de la luz que es Dios Padre, hace que se disipe toda oscuridad entre ella el temor del ser humano. En la Transfiguración Jesús les dice en el momento de gran temor a los discípulos  “levántense, no teman”. Pero la luz de Cristo es distinta a las luces ilusorias de los hombres, como son la gloria económica, el prestigio de poder y el brillo de la fama. Por algo Jesús advirtió a los discípulos según este episodio a que no contasen o hablasen acerca de esa revelación hasta que no atravesase primero por la muerte hasta la resurrección. En este sentido, pudiéramos entender que el misterio de Dios es al mismo tiempo oscuro y extraño, como fue por una parte la demostración escandalosa de la muerte del Hijo de Dios pero por otra parte la manifestación luminosa de la resurrección. El misterio de Dios es de un amor extraño, su amor que es luz transitó la oscuridad de la entrega hasta el extremo: “no hay amor más grande que el de dar la vida por los amigos” (Jn 15,13).

Jesús con la luz de su resurrección nos ha dejado un mensaje presente en su evangelio, “animo yo he vencido al mundo”, como también en la transfiguración le ha dicho a los discípulos postrados en la tierra de miedo “levántense, no teman”. Hoy 2° Domingo de cuaresma, en medio de tantos miedos en Venezuela Jesús nos dice desde la oración “no temas Venezuela, levántate”. Jesús para poder llegar a la verdadera luz de la Resurrección asumió reto de lo doloroso de la pasión. El sacrificio  del verdadero amor por el país es doloroso: reclamar la paz, la justicia, reclamar el entendimiento fraterno significa exponerse y no ser entendido, reclamar mejoras, empleo, comida, medicina, seguridad, significa correr el riesgo de ser considerado subversivo y ser maltratado. Pero toda esta oscuridad no tiene la última palabra, no nos resignamos al mal y a la violencia como la última palabra de convivencia humana. La última palabra la tiene la luz no la oscuridad.

Si nos confiamos en que Cristo con su luz que ha vencido al mundo avivaremos para Venezuela la esperanza. Jesús en muchos momentos les dijo a los discípulos, “no tengan miedo”, “no se turbe sus corazones”, “no se acobarden”, “levántense”. En medios de estas oscuridades de pleno día, donde ya todo en el país se sabe y se ve, Jesús es la lucecita del camino para indicarnos con esperanza que vendrá algo bueno: la transfiguración de Venezuela.



P. Alberto Márquez. 

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