jueves, 2 de abril de 2015

Mi dolor unido al del Señor.




Ha sido larga la ausencia del blog, he tenido impulsos para escribir pero ha podido mas el no hacerlo que el aceptar la invitación. Estos días que debido a una cirugía de garganta me ha tocado quedarme en cama, he querido responder al llamado. Imposible los primeros días ya que entre la somnolencia de los calmantes, la incomodidad y angustia producida por el enorme dolor era imposible concentrarse.

Me advirtieron de lo dolorosa que sería la recuperación, pero me apoyé en el alto umbral del dolor que aparentaba tener. Lamentablemente este umbral había bajado unos cuantos peldaños y no lo sabía.

 Una madrugada durante mi convalecencia, he despertado nuevamente con un fuerte dolor. ¡No es para menos con una herida en el paladar que va de un extremo al otro! y que la posición que en algún momento tomo en la noche reseca mi garganta y me despierta con un agudo dolor que se va aliviando a medida que humedezco mi garganta.

No sé por qué soñaba en ese momento en que desperté, que había una causa para que fuera doblemente sentido el dolor. Esa noche pensaba:

-mírate, adolorida, cansada de ser fuerte… con la compañía de tu hijo a quien no puedes hablarle.
Solo atinaba a ofrecer mi padecimiento a Dios Padre.

- Nuevamente me haces pasar por esta tribulación ahora física. ¡Vaya intensivo en el que me has apuntado! .Le hablaba a Papá Dios.

Mi consuelo, la oración de aquellos a los que les había pedido con mensajes de texto que oraran por mi fortaleza para resistir el dolor.

Recordaba estos días de dolorosa recuperación, al niño que había conocido en Panamá en el Hospital  y que estaba padeciendo los dolores de las quemaduras en su cuerpo, no podía  alimentarse vía oral y comprendía ahora perfectamente su dolor. Y su dolor lo sentía yo en carne propia, ¡pobre criaturita!

Al demorarse la fecha de la cirugía por más de un mes, esta coincidiría con la Semana Santa, algo que no me gustaba mucho, pero como aceptamos la Voluntad de Dios, me dije esta será mi Semana Santa y ahora entiendo que uniendo mi dolor al suyo seré introducida a la plenitud de Su actividad redentora. Así que parte de mi Cuaresma y ahora parte del Triduo Pascual necesito entregar mi dolor y mi esperanza por una pronta recuperación.


Estos son los caminos por los cuales nos conduce el Señor, no siempre serán llenos de nardos, dulces y consuelos. Tampoco es una resignación al sufrimiento, cuando Dios Padre me toma de la mano y me conduce por situaciones que despiertan todos mis sentido, trato de ver lo que me muestra, trato de  sentir lo que me envía, trato de amarlo más porque sé que Él me llevará a fuentes tranquilas, a esas corrientes de agua que anhela la cierva. Habrá momentos en qué no entenderé y otros en que confiadamente me entregaré. Así es el servicio, así lo he vivido.
Que tengan todos un Santo Triduo Pascual.

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