En todo este año
estamos siguiendo durante los Domingos el texto de Mateo y en este Domingo se
nos narra la primera predicación por parte de Jesús acerca de su pasión, hoy
habla por primera vez de su muerte. Al explicar Jesús a sus discípulos que
padecería, hasta el extremo de la muerte, anunciando al mismo tiempo la
Resurrección, lo que está es anunciando explícitamente y sin ambigüedades un
tipo de mesianismo. No era ciertamente el mesianismo esperado por gran parte
del judaísmo y de aquellos discípulos de
al menos de aquellos primeros momentos de explicación de su pasión; es por ello
que aparece en este texto el reclamo de Pedro a Jesús de no permitirle morir en
el modo en el que él lo anunciaba. El mesianismo que ellos esperaban se
inspiraba en el estilo de los héroes políticos reivindicadores del momento, que
hasta daban sus vidas en revueltas con la espada en la mano. No se puede negar
que existía una sed de justicia muy grande y tampoco se puede negar que si bien
Jesús no asumió una posición zelotista revolucionaria, sin embargo Jesús no
estuvo ajeno en su mesianismo particular el asumir la causa de los sufridos,
excluidos y explotados.
Su mesianismo
particular y que sólo él inauguraba era el confiado por Padre, el de ser el
Salvador de todos sin excluir a nadie. El modo de su acción mesiánica fue su
propia vida para poder cargar sobre sí la raíz de todas las exclusiones
sociales, sea judía, samaritana, romana, incluso zelotista revolucionaria,
porque aún en ésta existían exclusiones por luchas de poder por el primer
puesto del liderazgo. El modo del mesianismo de Jesús fue la de asumir el
pecado del mundo, pues solo el Hijo de Dios, apasionado por un amor hacia su
Padre pudo entrar en la entraña de la miseria humana y liberarla y convertir lo
que es fuente de egoísmo humano en fuente de entrega y solidaridad.
El mesianismo de
Jesús es por tanto distinguible, exclusivo pero no excluyente. En su mesianismo
entran hasta la causa de los romanos sufridos, griegos sufridos, judíos
sufridos y demás. Si Jesús hubiese asumido alguna versión mesiánica de la época
hubiese terminado metiendo en un mismo saco a todos aquellos que no fuesen de
su partido, tal cual como lo hicieron los de su época.
En este sentido,
para entender su causa hay que seguir haciendo lo que él hizo, de lo contrario
su mesianismo en nuestros días sería teoría, doctrina; solo se entiende si se
vuelve a escuchar su invitación: “El que
quiera seguirme que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz y me siga. El que
quiera salvar su vida la perderá; pero quien pierda su vida por mi causa la
conservará”.
Pero ¿cuál cruz
es la que seguimos? Creo que debiera ser la de su causa, la más original, la de
los pobres, sufrido y marginados del mundo en su condición de desposeídos o de los
pecadores, pues es pobre quien también vive el lastre del pecado del mundo: el
prostituido, el drogado u otro tipo de descarte social. Si Cristo vino para
tomar el pecado del mundo es desde allí donde nos conseguimos con una cruz que
pudiéramos abrazar. Allí se consiguen problemas y adversidades, pues hasta de
parte de nuestras filas cristianas no se aceptan de buenas a primera, se opta
de mejor manera en este caso por una especie de caridad a la carta, se habla
incluso de hacer “obras de caridad” no de vivir la caridad, sino de hacer obras
a control remoto en la que se esté distante del rostro sufrido, donde ni
siquiera el óxido de su sudor se sienta. Por ello abundan cenas a beneficios,
bingos, tardes de té, recepciones y demás donde el remanente de la ganancia que
siempre es poco en comparación con lo invertido se convierte en aliciente de
conciencia… ¡qué cruz!; y si a ese estilo de “mundanidad espiritual”
(Francisco, EG 95) le acompaña alguna espiritualidad de un movimiento
integrista en la que se resalta un tipo de ascética mortificativa de castigo
del cuerpo se termina creyendo que “las cruces” ya han sido colmadas y que en
el futuro lo que toca es que Dios (después de esta vida) declare mis méritos.
El problema no es que se hagan obras de caridad u obras de castigos ascéticos
corporales, sino que los estilos de vidas son muy distantes de lo que significa
seguir la cruz de Cristo, es decir, su causa. Como se ve es una relación con
Dios muy fuera de uno o muy fuera de Él, sin incidencia en el presente
histórico de la voluntad de Dios en nuestras vidas, que solo se hace a través de
un proceso de diálogo con Jesús vivo (Lectio divina…), y es allí donde acrece
el deseo de contemplarlo en el que sufre: “Tuve
hambre y me diste de comer, desnudo y me vestiste, enfermo y encarcelado y me
fuiste a ver”.
Para comprender
y seguir a Cristo hay que pasar del leer
al contemplar, por lo general en
este proceso solo se queda en el leer a Cristo, se sabe de su mensaje, de su
historia pero no se le contempla, se lee acerca de Cristo pero no se le ve. Por
eso que las relaciones con Jesucristo aún de muchos años en una iglesia pueden
seguir siendo superficiales, de poca incidencia de compromiso en ver su rostro
en el que sufre y asumir su causa, más cómodo resulta una caridad a la carta o
de control remoto. Contemplar es como día San Gregorio Magno, Papa, “el
conocimiento de Dios que está impregnado de amor”.
Por
consiguiente, si se trata de contemplar
la cruz de Cristo se busca ver esa cruz desde la dimensión más redentora y
solidaria; se trata de la cruz de la injusticia, de la exclusión y de la miseria
de todos los tiempos más que de asumir una corriente ascética que busca ver el
combate en el deseo meramente carnal de forma individual. La negación de sí
mismo no consiste en un ejercicio piadoso sino una opción serena y responsable
por aquellos a quienes el sistema les impone exclusión y miseria. Así pues, “no
nos inventemos más cruces” como “para no aceptar la verdadera cruz del maestro”
(Schökel)
Pbro. Alberto Márquez.