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El Evangelio de
Juan es un evangelio muy simbólico y el texto de hoy en las imágenes del agua, el pozo, la
samaritana, el medio día, reflejan en su conjunto todo un mensaje de salvación,
de nueva vida para todos que queremos encontrarnos con Jesús. Todo se transmite
en medio del diálogo entre Jesús y la mujer samaritana. Algunos hablan de un
evangelio dirigido para un catecumenado, es decir, es a través de un proceso
como el que se llega a conocer a Jesús; a Jesús no se le conoce de la noche a la mañana y tampoco se supone el conocerle porque
solamente se saben cosas de religión. A Jesús se le conoce gradualmente. Esto
se refleja en el diálogo con la Samaritana, allí hay un camino experiencial de
fe. El comienzo del encuentro de ella con Jesús en el pozo se inicia reconociéndolo
como un judío, “¿Cómo tú siendo judío me
pides de beber a mí…?”.Después lo conoce como alguien más grande que los
patriarcas, “¿Acaso eres tú más que
nuestro padre Jacob?”. Más adelante como alguien que pude hacer cosas
prodigiosas o maravillosas, “dame de esa
agua para que yo no tenga más sed”, luego es reconocido como un profeta, “Señor veo que eres profeta”, y al
final se la samaritana lo profesa como el “Mesías”
o el “Salvador del mundo”.En
este sentido,la samaritana es símbolo de una comunidad, de la humanidad o de la
Iglesia del primer siglo que vieron en Jesús el agua verdadera que da vida. El
pozo de Sicar es el símbolo de los inicio de los amoríos o noviazgos de los
patriarcas con las que luego serán sus esposas, entre ellos el pozo en donde el
siervo de Abrahám encontró a Rebeca, futura esposa de Isaac (Gn 24,13ss); el
pozo donde Jacob se encontró con Raquel (Gn 29,1-14); y el lugar donde Moisés
se encontró con las hijas de Jetró, entre ellas, Séfora, con la que se casó (Ex
2,16-21). Por tanto ese pozo es símbolo de la institucionalidad judía, que en el
caso del encuentro entre la samaritana y
Jesús nos indicaría que ese orden social ya con Jesús no satisface los anhelos
de libertad o de vida de un pueblo. Sus
leyes y sabiduría eran como el agua de una nación, ahora quedaba superada por
el agua viva que es Jesús de Nazareth.
Los esposos de
la samaritana evoca históricamente a ese pueblo que en tiempos antes de Jesús
idolatró a varias divinidades paganas e incluso hasta su último marido, es
decir, el sexto era el mismo Yahvé pero transformado en ídolo. Dicho de otra
manera, ni esas situaciones lograron saciar la sed de un pueblo que buscaba la
verdad. Ahora el verdadero culto ya no debía buscarse ni en Samaría, ni en
Jerusalén, ni en el templo, sino en la persona de Jesús. Los grandes anhelos
del ser humano solo los pueden colmar Jesús de Nazareth.
Pero Jesús se
arriesga a pedirle agua a una Samaritana, y en el episodio deja entrever la
enemistad entre los dos pueblos. De este modo Jesús con su sed aparece uniendo
a dos pueblos, Él ha eliminado la enemistad; Él quiere romper el prejuicio
racial, moral, sexual o religioso. Pero después es la mujer la que tiene sed
cuando Él le revela que quien beba de Él nunca jamás tendrá sed; esto nos hace entender que quien conoce a Jesús va saciando en su
vida su propia sed de sentido de la vida.
Jesús no era solamente un judío errante o predicador itinerante, no era un
profeta más aunque enseñaba como un profeta, es que Él es el Salvador, el
Mesías, el que tiene poder de transformar la vida de todo ser humano y de toda
sociedad.
No nos salvamos
por nuestros propios méritos, nuestras obras son salvíficas porque el que salva
las eleva, las santifica. No nos transformamos porque hacemos obras buenas, no
nos convertimos porque éticamente obremos bien, sino porque nos sentimos salvados es que obramos según su voluntad. Una
de las tentaciones de los agentes
pastorales que advierte el Papa Francisco en su última exhortación Evengeli
Gaudium es la de la “mundanidad
espiritual”, es decir, la apariencia religiosa, “incluso de amor a la Iglesia” pero en el fondo se busca “la gloria humana” o “el bienestar personal” o también creer
en las “propias fuerzas” y sentirse “superiores a otros por cumplir
determinadas normas o por ser inquebrantable fieles a cierto estilo católico
propio del pasado” (EG 93), sin hacer sentir la alegría de un Evangelio
dentro del pueblo. Quien sacia y refresca permanentemente es Jesús, no nosotros.
También diría
que un pueblo difícilmente sacia su sed de justicia si no tiene en sus bases a
Dios. Una serie de corazones sin Dios hace que hasta el rencor de un pueblo
tome la justicia por sus propias manos extremando en anarquía, un acto violento
genera más violencia, ninguna reivindicación social se sacia si el vaso que se
derrama es más venganza. Ningún pueblo ha crecido integralmente si se ha puesto
a Dios de un lado o se ha relegado a lo privado, cuando se niega a Dios se
termina negando al hombre, cuando no se teme a Dios tampoco se teme hasta
tentar en contra de la vida del otro. Venezuela tiene sed de paz, sed de
reconciliación, sed de reconocimiento del otro igual que yo en dignidad, sed de
progreso y si la primacía de un estado es su poder y el autoritarismo, corre la
desgracia de la permanente violencia entre hermanos, y convierte la nación en
un desierto árido y angustioso. En estos días de cuaresma proclamemos a Jesús
como la fuente el amor y la paz, y aclamemos a Jesús en cantos y plegaria así
como la Samaritana “Señor, dame esa
agua”.
P. Alberto Márquez.
albertoarqui@hotmail.com
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