Jesús ha venido
al mundo para liberarnos, nos quiere libre, incluso si se opta por él, por su
causa, se opta desde la libertad. Fue tan libre que se arrogó el derecho de
hablar con firme autoridad, y eso queda demostrado hasta en la forma de
declarar su propia sabiduría: “Pero yo
les digo” (al menos en el texto de la liturgia de hoy
aparece esta expresión cuatro veces). La plenitud de su libertad está en adherirse profundamente a
la voluntad del Padre, por encima del legalismo farisaico que esclavizaba el corazón
del ciudadano común: “no he venido a
abolir, sino a dar pleno cumplimiento”. Pero también enseña a sus
discípulos a superar el legalismo autoritario de los fariseos siendo mejores o
justos, por ello afirma: “si no son mejores que los escribas y fariseos, no
entrarán en el reino de los cielos”. Otras versiones española dice, “si la justicia
de ustedes no es mayor que la justicia de los doctores de la ley y de los
fariseos…”.
Si hay libertad,
hay justicia, luego se puede cumplir de una mejor manera con Dios; y la
verdadera libertad se encuentra en el amor, pero cuando se es esclavo no se ama
nada ni a más nadie, es difícil. De allí toda la discordia que existe en la
humanidad que logra lacerar la dignidad humana hasta el punto de la
aniquilamiento del otro. Cuando se ama en la libertad no solamente se cumple
incluso con la ley fundamental de la dignidad humana, “no matarás”, sino que se procura restablecer aquello en donde se
ha herido la hermandad: no se trata de no matar y no robar solamente, sino de que
las relaciones humanas sean cada vez más justas y de mayor calidad… Es por ello
que Jesús invita a la reconciliación y a evitar todo aquello que suscita la
división para así ser libre y señor de sí mismo: “si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí
mismo de que tu hermano tiene queja contra ti, deja allí tu ofrenda ante el
altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a
presentar tu ofrenda. Con tu adversario, llega a un acuerdo”. Como en todos
los tiempos, siempre ha existo la tentación de un culto a Dios desde el punto
de vista de la religiosidad externa pero con la incoherencia de una vida
injusta. Sin embargo, el verdadero culto comienza en el amor o en la caridad,
de allí las duras críticas de los profetas a los sacerdotes que ofrecían el
culto cargado de injusticia en contra del pueblo, hasta Jesús los critíca
diciéndoles “sepulcros blanqueados”.
Por tanto, un verdadero culto o “pureza
de corazón” se opone a la venganza personal, pero también contra todo lo
que impide a ver en el otro a un “hermano”:
la ira y el insulto lesionan gravemente la fraternidad. Jesús reconoce la
conflictividad natural de los seres humanos, es parte de la dialéctica del
desarrollo humano el que la conflictividad exista, no se puede pensar igual, es
por ello que todo diálogo es parte de la dinámica de la búsqueda de la caridad:
“con tu adversario, llega a un acuerdo,
mientras van de camino”.
En estos días la
libertad del pueblo venezolano se ha visto lesionada por la violencia de todo
tipo, y de manera especial entre
jóvenes o contra los jóvenes, menciono dos: la espontánea, producto del placer de herir o matar y la sistemática o institucional marcada por
la represión a la información o a toda expresión pública de reclamo por algo
justo. Nos estamos acostumbrando a la violencia de palabra y obra hasta el
punto de convivir indolentemente con el mal. Pero se debe entender que toda esa
violencia externa que vivimos es producto de aquella violencia interna carga de
pensamientos negativos hacia el otro. El evangelio habla alegóricamente del “ojo” que debe ser arrancado si es
causa del mal, ésta imagen significa mutilar la codicia (ojo) y sus consecuencias
(la mano). Por tanto, la violencia,
la incapacidad de dialogar hasta para llegar acuerdos en materia económica, el
asesinar y los insultos tiene su raíz en la codicia por el poder y el dinero. Estamos viviendo exponencialmente
en una estructura muy fuerte de pecado.
Buscar acuerdos
o reconciliación no significaría como dice un autor (Luciani) “inacción o
resignación. «Poner la otra mejilla» (Mt 5,39) no significa renunciar a los
derechos y entregarse al violento. Es un llamado a no ser como el victimario.
Jesús se lo advierte a Pedro: «los que a hierro matan, a hierro mueren» (Mt
26,52). La violencia comienza con palabras y puede crecer hasta convertirnos en
víctimas de nosotros mismos (Gn 9,6)”. Pero tampoco la reconciliación es una
especie de búsqueda de un tipo de tolerancia entendida como indiferencia de los
unos a los otros, “tú en lo tuyo y no me importa y yo en lo mío”. Para que se
llegue a una verdadera reconciliación se debe pasar primero por el
reconocimiento de la dignidad humana del otro, que es imagen de Dios como lo
somos todos.
Reconciliación para
Venezuela no quiere decir indiferencia ante los hechos ocurridos en estos días
por asesinatos y un “olvidémonos de la injusticia, borrón y cuenta nueva”, La
reconciliación pasa por hacer justicia a las víctimas del odio y de la
segregación. La reconciliación pasa por el reconocimiento del reclamo de unos
jóvenes que acaban de nacer a la vida y quieren un país donde ellos puedan ver
su futuro aquí mismo. La reconciliación no es tolerancia pasiva hasta el
extremo de vivir lo que algunos psicólogos llaman “indefensión aprendida” o “desamparo
aprendido”, que es lo mismo decir “acostumbrarnos a que nos peguen”. Pero
sobre todo la reconciliación pasa por el reconocimiento de la dimensión
espiritual de cada ser humano, el reconocimiento no de un Dios que ve el
espectáculo social desde una nube, sino el reconocimiento de la presencia de
Cristo en el rostro de cada ser humano, pues él representó en su tiempo el
entendimiento entre gentiles y judíos, tal como lo predicó Pablo. “Porque en Cristo estaba Dios reconciliando
al mundo consigo, no tomando en cuenta las transgresiones de los hombres, sino
poniendo en nosotros la palabra de la reconciliación” (2 Cor 5,19).
Pbro Alberto Márquez.
albertoarqui@hotmail.com
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