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Ciertamente es un
momento de luz muy importante para nuestra iglesia arquidiocesana carabobeña
vivir esta liturgia universal de la Presentación de Señor en la alabanza a Dios
Padre por el ministerio de Cristo entre Rafael y Franklin, a quienes el
Espíritu marcó indeleblemente el día de ayer para una gran misión.
Ha sido un
regalo providencial celebrar esta ordenación en la festividad de Nuestra Señora
de la Candelaria cuando uno de sus hijos celebra hoy su primera misa. En este
día de la Presentación del Señor reconocemos por el texto del evangelio a
Jesucristo como “luz de las naciones” tal como canta el anciano Simeón (Lc 2,
22-40). Así como un pueblo pobre y humilde representado en las personas de
Simeón y la profetiza Ana, así tenemos un pueblo que alberga su esperanza en un
joven Sacerdote que ofrenda el día de hoy al mismo Cristo en el altar como lo
hicieron José y María al presentar a su
hijo Jesús. Pero también Rafael es una ofrenda en sí mismo y es la Iglesia que
lo ofrece al mundo. Así como al niño Jesús lo acompañó la humildad de una
tórtola como ofrenda de los pobres José y María, así el pueblo sencillo de la
Candelaria acompaña a Rafael desde su pobreza pero con generosidad de espíritu.
La luz de las
naciones que es Jesucristo que se encendió desde su nacimiento y que contempló
Simeón, todavía a 2000 años sigue sin apagarse. Esa luz se difumina de muchas
maneras en su Iglesia, pero de manera privilegiada esa luz se perpetúa en el
ministerio sacerdotal y quiera Dios que en medio de tantas oscuridades,
nosotros pastores logremos iluminar con nuestras vidas y no lleguemos a ser
túnel de oscuridad. Jesucristo ya desde su presentación en el templo significó
aquella ofrenda del primogénito de Dios que cargaba con el pecado y oscuridades
del mundo. Desde allí es donde nació el
sacerdocio cristiano: Jesús es el mediador entre Dios y la humanidad y por eso
es pontífice, puente entre Dios y los hombres. Es así también como nace el
sacerdocio común de todos uds y el sacerdocio ministerial del Padre Paredes.
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Todos tenemos
luces, pero nuestra luz no es propia, nos viene del mismo Cristo. Efecto de la
luz de la redención es la luz del sacerdote ministerial, por tanto somos
presbíteros gracias a Él, Cristo se hace presente en Paredes, y él actúa en la
persona de Cristo (in persona Christi) y desde luego, ya eso es una luz, por
algo dijo Jesús a sus discípulos “Uds son sal de la tierra y luz del mundo”.
Pero como nuestra luz no es propia es por ello que debemos estar siempre cerca
de la luz para que la energía y el calor avive nuestro cirio personal que se
llama discipulado. Acercarnos a la luz no es fácil, esto nos lleva a dejarnos
abrazar por su fuego, que implica purificación y en el transcurrir de los años
son muchas las purificaciones que nos acercan a Cristo en las que se acrisolan
nuestras motivaciones vocacionales. Las motivaciones del ministerio van siendo
purificadas de tal manera en la que vamos pasando de un Cristo ideal, propio
del tiempo de la formación del seminario a un Cristo real propio del
transcurrir de los años en el ministerio. El camino no es fácil pero es
consolador estar siempre abierto a su comprensión. Sin embargo la comunidad
eclesial nos ayudará en mucho a comprender este misterio de entrega, en este
sentido, no nos ordenamos para ser aislados en la fe, crecemos en la llama de
la fe junto al pueblo, a la gente, a la comunidad. No somos discípulos de
Cristo fuera de ellos sino junto a ellos. El sacerdote no es un supercristiano,
sino que es un cristiano junto a ellos a quienes sirve como su primer servidor.
Ser sacerdotes
en estos tiempos es desafiante como desafiante ha sido en todos los tiempos. El
sacerdocio cristiano no deja de ser un signo de contradicción pues se trata de
ser discípulo de Cristo en un modo específico, como es el participar en el
sacerdocio ministerial de Jesús. La condición profética de este ministerio nos
lleva estar atentos a las grandes demandas de un mundo que nos reclama más
autenticidad cada día. Resulta sorprendente ver las voces de aprobación de la
gente cuando ven al Papa Francisco reclamar tantas cosas a nosotros los
sacerdotes en todos sus grados, es como si dijesen “al cura no los queremos así,
sino como les reclama el Papa Francisco”. En consecuencia, lo que se quiere de
cada sacerdote más allá de tantas formas culturales estereotipadas es de ser de
modo auténtico un discípulo de Cristo.
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Un discípulo de
Cristo es aquel que experimenta la vocación como una llamada de Salvación, y no
somos llamado por méritos personales, talentos, inteligencia, notoriedad social
o familiar, sino que somos llamados por pura misericordias divina, por tanto,
en nuestro ministerio vivimos el servicio de la misericordia, y a este servicio
se unen todos los talentos que un sacerdote puede tener. El sacerdocio ministerial
es el servicio de la misericordia. En este sentido la virtud principal que nos
debe arropar es la humildad. Es un desafío muy fuerte esta virtud cuando existe
mucho carrerismo como proyección del mismo ambiente competitivo secular. Hace
10 años era impensable que se tocase el tema del carrerismo, salvo en ambientes
académicos de estudios del tema de la vida sacerdotal. Ahora es tema de
predicación de un Papa cuando se dirige a los ministros ordenados. La fuerza de
lo que es la misericordia nos lleva a postrarnos primero ante los que sufren,
los enfermos, los pobres y demás; más aún antes debiéramos postrarnos en
oración delante de quien tiene tanta compasión de nosotros, Jesús, y no postrarnos
ante una ambición de comodidad personal, ante el prestigio o la búsqueda de
notoriedad social e institucional o de aspiración de cargos.
Querido Rafael
no existe ningún tipo de espiritualidad católica sacerdotal como el encontrarse
con el evangelio de nuestro Señor Jesucristo. El sacerdote diocesano
polifacético en el ministerio lleva el desafío de la imagen del buen pastor
universal, aquel que es con todos y por todos. A tientas se vive si se busca la
espiritualidad del gentivo: es decir, un sacerdote que vive la espiritualidad “de”
tal camino, el “del” otro, el “de” los últimos tiempos etc., el que tenga la
palabra “de”, marcadas muchas veces por la auotorreferencialidad en un autor,
santo, fundador, etc pero no en el evangelio de nuestro Señor Jesucristo.
Cuando el sacerdote se desnuda de tantos falsos yo, incluso los falsos yo construidos por la apariencia
clerical, por muy buena que haya sido, se adelanta más en la identificación con
Jesucristo, a fin de cuenta Él seguirá siendo el único maestro de nuestra vida
ministerial. Si Él es el absoluto, todo lo demás se hace relativo como para ser
feliz. Cuando el sacerdote se identifica como discípulo de Cristo sabe vivir en
cualquier parte del mundo con una claridad de vida que resulta atractiva sin
ser tan adornada.
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Querido Rafael,
entre nosotros existe el riesgo de un clericalismo, tan centrados más en
nuestra imagen o en la concentración de poder que terminamos creyendo que somos
el ombligo del mundo aun de modo inconsciente. Creemos que el mundo tiene que
ser muy religioso donde llegamos, nos volvemos tan cómodos que vivimos como si
el mundo ya fuese cristiano y lo que hacemos es demandarle al pueblo atenciones
hacia nosotros, queremos vivir nuestra realidad como si fuese un pueblo pequeño
de dos calles, la de la entrada y la de la salida y donde el cura tiene la
última palabra y nos olvidamos que somos permanente misioneros donde nos
encontramos. Nos olvidamos también que en el mundo el Espíritu está soplando
por encima de nosotros, y sin darnos cuenta, descubrimos personas que sin haber
estudiado filosofía escolástica y teología tiene un modo espiritual de
responder al mundo sintiendo al mismo Cristo dentro de sí que pastorea sus vidas,
es el mundo de la periferias existenciales del momento donde Dios sigue
hablando por caminos que solo Él conoce. Somos por tanto discípulos entre
discípulos, pero parafraseando a San Agustín diría: con Uds discípulo y para
Uds pastor. Ser discípulo y ser pastor al mismo tiempo es ser en el sentido
evangélico de la palabra “ser fermento en la masa”.
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A Rafael lo ha
adornado en su vida el amor a la misión desde su participación en Infancia
Msionera, pero recuerdo lo que ha dicho el Papa: más que hacer programa de
misiones en estos tiempos es vivir en estado de misionalidad y un sacerdote
debe vivir en ese estado de misionalidad si hace de su estilo de vida una
entrega generosa diaria: en su Eucaristía, en el sacramento de la confesión y en
la atención al necesitado. La misionalidad presbiteral más que presentar una
forma de ser clerical es mostrar al mundo permanentemente la entrega sacerdotal
así como Cristo hizo su misión al entregarse hasta el extremo.
Hoy día de la
Candelaria, día de la primera comunidad eclesial de Rafael, los candelareños
pedimos con la misma esperanza del anciano Simeón y de la profetiza Ana que el
ministerio del Padre Rafael sea una luz misionera de la Iglesia carabobeña. Una
nueva forma de ser sacerdotes nos reclama los desafíos del país, el peldaño
vocacional ya nos es llegar a ser sacerdotes sino que los sacerdotes lleguen a
ser discípulos de Cristo."
Pbr. Alberto
Márquez
albertoarqui@hotmail.com
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