domingo, 8 de junio de 2014

Pentecostés, reflexión del Padre Alberto Márquez


Curiosamente un cuento acerca de los tres reyes magos me inspiran para iniciar la reflexión acerca del Espíritu Santo en el día de Pentecostés. Según el autor W.H. Anden los tres reyes magos explicaron por qué siguieron la estrella. El primero dice: “para descubrir cómo ser verdadero hoy, por eso sigo la estrella”. El segundo afirma: “Para descubrir cómo tener vida hoy, por eso sigo la estrella”. Y el tercero: “Para descubrir cómo amar hoy, por eso sigo la estrella”. Y luego dicen todos juntos: “Para descubrir cómo ser hombre hoy, por eso seguimos la estrella”. Se sabe bien que la estrella lleva a Jesucristo, en este sentido descubrir esa luz desde adentro nos hace encontrarnos con la verdad que es Jesucristo, el amor que revela Jesús, y la plenitud de nuestra humanidad que es Jesús, el verdadero hombre puesto por Dios Padre entre nosotros.

Pero quien tiene esa misión de hacernos conocer a Jesús es el Espíritu Santo. Él no viene desde afuera, como tal vez se piensa de inmediato. La expresión “Ven Espíritu Santo”, no es una invocación que llama a alguien que está fuera de nosotros, sino un modo analógico para decir que Él venga a nuestra conciencia cuando ya está entre nosotros o que tengamos precepción de Él cuando ÉL ya está. No es que Él venga del cielo topográfico aunque metafóricamente se diga así, sino que es el “dulce huésped del alma”, que desde la interioridad del ser humano y haciendo despertar la conciencia de su presencia nos hace descubrir la verdad que libera (“el Espíritu de la verdad”), el amor que me anima en el gozo o en la sequía del dolor, como el “Padre amoroso del pobre” o como el que “riega la tierra en sequía”. Él es el que desde el interior nos hace tener una vida plenamente humana.

Los seres humanos vivimos en un hormigón de tensiones diarias por las distintas conmociones de preocupaciones económicas, familiares, políticas y de seguridad de vida. Lo único que nos hace vivir todos esos eventos con mayor personalización pero al mismo tiempo con mejor socialización es la interioridad. El secreto de una verdadera relación con los demás está en la verdadera relación con uno mismo, y es allí donde entra la presencia del Espíritu Santo no en cuanto el viene desde afuera topográficamente sino en cuanto descubrimos su presencia de Él en nosotros; es eso por tanto lo que significa venir.

Pero advierto que el Espíritu Santo no es un solitario que habita en nuestro interior, Él actúa haciéndonos relacionar con Jesús de Nazareth, y así nos hace sentir hijos del Padre. Tenemos contacto de modo personal con Jesús solo en el Espíritu Santo. Sabemos lo que quiere el Padre en nosotros solo por Jesús en nosotros, pero esto se realiza en el Espíritu Santo. Por algo dice San Pablo: “El Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza, pues nosotros no sabemos orar como es debido, y es el mismo Espíritu el que intercede por nosotros con gemidos inefable” (Rom 8,26); o como decía San Ireneo de lyón a finales del siglo II “el que está en todos nosotros es el Espíritu, que grita Abba, Padre, y el que configura y adorna al hombre a imagen y semejanza de Dios”.


Esto quiere decir que cuando celebramos pentecostés no es una fiesta del Espíritu Santo como distinta al día del Hijo, cuando en realidad no hay una fiesta del Padre, como tampoco, como dice Y. Congar, la “Navidad no es la fiesta del Hijo, sino la celebración del hecho de su nacimiento en nuestro mundo. Pentecostés no es la fiesta del Espíritu Santo, sino una celebración del hecho de su misión sensible a los primeros discípulos”….ciertamente destacable en este día.

Como gesto sensible en el evangelio de hoy (Jn 20,19-23) de la presencia del Espíritu Santo entre los discípulos del Señor aparece el soplo de Jesús sobre ellos. Así afirma Juan: “Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: Reciban el Espíritu Santo”. Así como en el Génesis Dios sopla para crear al hombre así el Espíritu enviado por Jesús recrea la vida de la comunidad de los discípulos. El símbolo del soplo indica una acción del Espíritu Santo como vida, en este caso “vida en Jesús”, presencia dinámica del Espíritu que actúa haciendo que entablemos una relación con Dios y con los demás. Ese aliento que Jesús entregó en el momento de la muerte al Padre, ahora en la Resurrección es el aliento que entrega ahora a los discípulos para que así puedan vivir las promesas del Resucitado, como son la paz y el perdón.

Pero ¿en qué ámbito se vive esa interioridad del Espíritu en nosotros? Lo que Jesús nos dejó como fruto de la Resurrección solo se vive en la misión: “A quienes les perdone los pecados les quedarán perdonados; a quienes se los retengan les quedarán retenidos” (Jn 20,22). Si este es el caso, el dinamismo del Espíritu como soplo en el sentido simbólico de la palabra es entregar, pasar, oxigenando dando vida, por lo tanto se vive cuando se entrega al otro. En este sentido la realidad del soplo que da aliento es transmitir la vida de Jesús en la misión. La prueba de nuestra interioridad se muestra cuando compartimos la palabra, su mensaje que se ha encarnado primeramente en nosotros como personas y que no puede quedar comprimido dentro de nosotros sale fuera.

En el fondo hacer la misión es permitir que el Espíritu actualice lo que Jesús hizo y dijo pero a través de nosotros, por algo se habla del Espíritu como memoria de Cristo en la Iglesia, pues es Él el que nos enseñará todo o el que nos recordará todo.

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