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Intenté por varias semanas tratar de conseguir un trabajo
que ayudara económicamente a los gastos de la familia, pero no pude lograrlo,
solo una promesa de un” lo tomaremos en cuenta para el próximo año escolar” fue
la respuesta más alentadora, el próximo año escolar para ese colegio comenzaría
en Febrero 2015.
Dediquemos nuestro
tiempo libre al servicio en la Iglesia, me dije entonces un día. Tal vez no me has traído aquí a trabajar
por un sueldo sino que quieres mi servicio y entrega por amor al prójimo. Así
pensaba en aquellos días.
Decidí entonces presentarme al Voluntariado donde en
anteriores ocasiones había prestado ayuda.
Mi primer día llegué con mucho entusiasmo, algunas voluntarias me
recordaban y me reclamaron el no haberles hecho llegar noticias mías
cuando en mi país se presentaron más de 6 semanas de manifestaciones contra el
gobierno. Me disculpé y les hice saber que si había escrito un e-mail, pero
parecía que nadie lo había leído.
En fin, comencé mi voluntariado nuevamente ayudando a
repartir más de 200 cafés y pancitos que las voluntarias del Hospital del Niño
en Panamá reparten a diario. Ese sencillo gesto me ha puesto en contacto con el
dolor, el abandono, la miseria, pero también con la alegría y la esperanza de
un mañana mejor.
Muchos de los representantes que acompañan a los niños,
sentados en sillas por días, para muchos de ellos ese vasito de café y pan representan
la única comida en todo el día.Algunos son indígenas, he aprendido
una que otra palabra en su dialecto y así poco a poco me voy sintiendo con más
confianza.
Ahora entro en la sala y saludo a todos en voz alta dando
los buenos días, cuando voy de cama en cama me dirijo a la mamá que está con el
niño y le comento algo, le digo: “ me gusta su blusa ( me encantan las molas)
cuando alguna mamá está con su traje típico se lo celebro. También me ocupo de ofrecer algún gesto cariñoso hacia el niño o bebé con
mis palabras ya que cuando reparto alimentos no puedo tocar a nadie. Mi corazón
se va llenando de alegría a medida que voy de sala en sala y van respondiendo a
mis saludos los representantes, los médicos, estudiantes y auxiliares. Cuando
un niño me sonríe o me saluda el gozo
llena mi corazón de ánimo a seguir adelante.
Al cabo de una hora y media ya hemos repartido a lo largo de
4 pisos y dos edificios el café del día. Todavía queda tiempo para algo
especial. Brindar consuelo a algún niño solo en el hospital.
La semana pasada he pasado un buen rato con un bebé en
brazos, hice el papel de abuela aunque un doctor me haya llamado “mamá nueva”.
Se me partió el corazón cuando el bebé rompió en llanto al colocarlo de nuevo
en su cuna.
Un niño en otro de los pisos también ha tenido mis gestos de
amor. Cuando lo vi por primera vez, mis lagrimas saltaron de los ojos. Un niño
de 4 años quemado totalmente, pero ya se encontraba sano de su piel, otras complicaciones
lo aquejaban, solo podía cantarle y tratar de con suaves movimientos ir
estirando los deditos de sus manos.¡ Un Cristo, vi el rostro y sufrimiento de
Cristo en ese niño! Si Dios Padre quería mostrarme algo…lo hizo.
¿Este es el trabajo que quería Dios Padre de mí? Todavía no
lo sé. El hecho de compartir con estas Voluntarias del Hospital de Niño, donde
consigo nacionalidades diferentes, religiones diferentes, personalidades diferentes,
pero todas con el objetivo de servir, cada una desde su punto de vista ha sido para mi, vivir la alegría del Evangelio, llevar un
trocito del amor de Cristo a los hermanos a los más humildes y sencillos.
Me ha tocado vencer el miedo a la inseguridad. Cuando me dirijo al Hospital debo tomar el Metro y luego caminar unas 6 cuadras. El Metro a tempranas horas en la mañana es de ¡terror! así que aquí humildemente he dejado de lado mi zona de confort para que sea invadida por los cientos de cientos que viajamos apretadamente en un vagón. Una lección más que aprender viendo el lado positivo, pues de esta manera puedo apreciar el gentilicio y compartir mas con las personas de este país.
“Solo cuando hay amor se trasmite vida”.
“El grado y profundidad de la alegría no se miden por el estruendo de
la carcajada, sino por la paz interior y la dulzura”
San Antonio María Claret.