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Hay cicatrices que llevamos en nuestro cuerpo, que nos
muestran lo vulnerable que somos, y nos
recuerdan momentos específicos de nuestra existencia.
Hay cicatrices que otros pueden ver, cicatrices que solo en
la intimidad se pueden ver y que el
tiempo ha suavizado.
Tengo cicatrices en mi cuerpo y a estas alturas de la vida en
la que ya no soy una jovencita pero tampoco soy una anciana, diría que estoy en
la edad perfecta, ni verde ni muy madura, estoy en “su punto” je, je, algo
elevada el autoestima, no creen? he
aprendido a ver mis cicatrices con un amor especial. Cada una tiene un
significado y un momento en el tiempo.
La cicatriz de la barbilla, producto de la alegría de jugar
con mis muñecas, casi imperceptible por el tiempo transcurrido, no conozco
exactamente el episodio de su aparición, pero me decían que corría con una
muñeca tal vez de porcelana y un tropezón me hizo caer y uno de los trozos de
mi muñeca se incrustó en mi barbilla. Nadie me ha confirmado esta historia,
pero en mi memoria algo así revolotea.
Mis cicatrices mas amadas y queridas, son dos que con el
tiempo se han hecho más notorias, antes ni las recordaba, no eran tan perceptibles ahora paso mi mano sobre ellas acariciándolas, son las cicatrices de mis dos
cesáreas, producto de mi maternidad, mis dos hermosos hijos los tuve en mi
vientre, que hermoso regalo de Dios. No los tengo a mi lado ahora, pero estas hermosas marcas en mi cuerpo
me recuerdan que di vida con la Gracia de Dios y que esas vidas darán vida a su
vez si el Señor lo permite.
Cuando ya me acerco a los años en que llegan el tiempo del sosiego,
la paz, la cosecha miro mis cicatrices
con un amor especial, le doy gracias a Dios por ellas pues no las recuerdo con
dolor, sino con nostalgia. Viví y no me di cuenta.
Hay cicatrices producto de alguna cirugía como consecuencia
de una enfermedad, allí están en mi cuerpo recordándome, que alguna vez alguien
me cuidó y veló por mi salud.
Hay cicatrices que se encuentran en el alma y muchas de
ellas todavía no sanan, cicatrices vivas que no son acariciadas, cicatrices
sobre cicatrices, son las más difíciles de llevar. Solo Dios puede ayudarnos a
hacerlo, solo su amor y Misericordia puede sostenernos en el dolor que nos
producen y que de vez en cuando me recuerdan que mi capacidad de amar ha
crecido en dimensiones que no creía poseer y que no siempre ese amor será
correspondido en la misma medida. Es nuestra condición humana y Cristo nos
indica que damos y nos entregamos sin
esperar nada a cambio, pero qué difícil es.