Hartwig HKD |
Llevo
tiempo sin escribir, pero los acontecimientos me lo han impedido, son muchas
las cosas por las cuales debo estar pendiente y es poco el tiempo, que puedo
dedicar al blog. Sin embargo voy anotando lo que como un susurro al oído me
llega y me dice “anótalo y cuéntalo más tarde”.
Este es
uno de esos momentos en los que algo desde dentro me dice, compártelo, así que
lo hago.
Tenía pocos días de haber llegado a tierras
centroamericanas. Venía con una tarea que culminar al tratar de conseguir una
segunda nacionalidad. Estando en una de las oficinas de un consulado esperando
ser atendida, de pronto observo un anciano con dificultades para caminar, sus
pies hinchados y deformes le impedían calzarse bien y apenas unas sandalias lograban
cubrir parte de sus dedos. Se dirigió al funcionario y con un esfuerzo se sentó
en una silla situada dentro del cubículo, esperando su turno de ser atendido. La
oficina tenía paredes de vidrio lo que permitía observar lo que ocurría en el
interior.
Veo que el señor comienza a buscar algo dentro de
una pequeña bolsa que llevaba, saca algo doblado… es una camisa, de pronto le
veo algo blanco a esa camisa, es una camisa con clergyman, el cuello que
utilizan los sacerdotes. ¡Dios mío es un sacerdote anciano! Me dije. Observaba
como trataba de ponerse la camisa para ser fotografiado con ella en el
documento que estaba solicitando. El funcionario esperaba inmóvil, no sé si
sorprendido o no, no estoy para juzgar. Me dirigí a la persona que estaba
sentada a mi lado y le comenté el anciano es un sacerdote, ¡ah sí!, me dijo. De
pronto el corazón se me puso chiquitito y pensé: Dios ¿a quién me presentas?, ¿eres
tú Cristo?. Me levanté lentamente me dirigí al sacerdote y le dije: ¿Me permite
Padre, puedo ayudarle? Mirando al mismo tiempo al funcionario esperando su
aprobación de que estuviera allí. Ayudé
a abrochar el cuello de su clergyman , ya que con sus manos temblorosas no
lograba hacerlo.
Así fue como, a la pregunta que le hacía a Dios en
esas horas de espera, sobre qué esperaba de mí en estas tierras, comenzaba a
mostrarme que tratar de ver el rostro de Cristo en los demás era algo
importante, estuviera donde estuviera, de la nacionalidad que fuera, de la
condición social que fuera, dar testimonio del amor de Cristo era una tarea encomendada, pero a veces con
los más cercanos, la misma familia se nos hace tan difícil.
El sacerdote culminó su trámite y nuevamente recurrí
a ayudarle para desabrochar su camisa ya que se la quitaría.” Vienes a hacer el
favor completo”, me dijo, si Padre le respondí, usted es Cristo. Eres una buena
colombiana, me dijo. Mi respuesta fue, soy una colombo-venezolana. Mi corazón
se llenó de gozo en ese momento, sentí que todo el rencor que nos han sembrado
a los venezolanos, puede olvidarse si aprendemos a ver el rostro de Cristo en
nuestro prójimo.
"Les doy un mandamiento nuevo, dice el Señor, que se amen los unos a los otros, como yo los he amado" Jn 13,34