sábado, 15 de febrero de 2014

Homilía VI Domingo Tiempo Ordinario. Ciclo A


Jesús ha venido al mundo para liberarnos, nos quiere libre, incluso si se opta por él, por su causa, se opta desde la libertad. Fue tan libre que se arrogó el derecho de hablar con firme autoridad, y eso queda demostrado hasta en la forma de declarar su propia sabiduría: “Pero yo les digo” (al menos en el texto de la liturgia de hoy aparece esta expresión cuatro veces). La plenitud de  su libertad está en adherirse profundamente a la voluntad del Padre, por encima del legalismo farisaico que esclavizaba el corazón del ciudadano común: “no he venido a abolir, sino a dar pleno cumplimiento”. Pero también enseña a sus discípulos a superar el legalismo autoritario de los fariseos siendo mejores o justos, por ello afirma: “si no son mejores que los escribas y fariseos, no entrarán en el reino de los cielos”. Otras versiones española dice, “si la justicia de ustedes no es mayor que la justicia de los doctores de la ley y de los fariseos…”.

Si hay libertad, hay justicia, luego se puede cumplir de una mejor manera con Dios; y la verdadera libertad se encuentra en el amor, pero cuando se es esclavo no se ama nada ni a más nadie, es difícil. De allí toda la discordia que existe en la humanidad que logra lacerar la dignidad humana hasta el punto de la aniquilamiento del otro. Cuando se ama en la libertad no solamente se cumple incluso con la ley fundamental de la dignidad humana, “no matarás”, sino que se procura restablecer aquello en donde se ha herido la hermandad: no se trata de no matar y no robar solamente, sino de que las relaciones humanas sean cada vez más justas y de mayor calidad… Es por ello que Jesús invita a la reconciliación y a evitar todo aquello que suscita la división para así ser libre y señor de sí mismo: “si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene queja contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda. Con tu adversario, llega a un acuerdo”. Como en todos los tiempos, siempre ha existo la tentación de un culto a Dios desde el punto de vista de la religiosidad externa pero con la incoherencia de una vida injusta. Sin embargo, el verdadero culto comienza en el amor o en la caridad, de allí las duras críticas de los profetas a los sacerdotes que ofrecían el culto cargado de injusticia en contra del pueblo, hasta Jesús los critíca diciéndoles “sepulcros blanqueados”. Por tanto, un verdadero culto o “pureza de corazón” se opone a la venganza personal, pero también contra todo lo que impide a ver en el otro a un “hermano”: la ira y el insulto lesionan gravemente la fraternidad. Jesús reconoce la conflictividad natural de los seres humanos, es parte de la dialéctica del desarrollo humano el que la conflictividad exista, no se puede pensar igual, es por ello que todo diálogo es parte de la dinámica de la búsqueda de la caridad: “con tu adversario, llega a un acuerdo, mientras van de camino”.


En estos días la libertad del pueblo venezolano se ha visto lesionada por la violencia de todo tipo, y de manera especial entre jóvenes o contra los jóvenes, menciono dos: la espontánea, producto del placer de herir o matar y la sistemática o institucional marcada por la represión a la información o a toda expresión pública de reclamo por algo justo. Nos estamos acostumbrando a la violencia de palabra y obra hasta el punto de convivir indolentemente con el mal. Pero se debe entender que toda esa violencia externa que vivimos es producto de aquella violencia interna carga de pensamientos negativos hacia el otro. El evangelio habla alegóricamente del “ojo” que debe ser arrancado si es causa del mal, ésta imagen significa mutilar la codicia (ojo) y sus consecuencias (la mano). Por tanto, la violencia, la incapacidad de dialogar hasta para llegar acuerdos en materia económica, el asesinar y los insultos tiene su raíz en la codicia por el poder y el dinero. Estamos viviendo exponencialmente en una estructura muy fuerte de pecado.

Buscar acuerdos o reconciliación no significaría como dice un autor (Luciani) “inacción o resignación. «Poner la otra mejilla» (Mt 5,39) no significa renunciar a los derechos y entregarse al violento. Es un llamado a no ser como el victimario. Jesús se lo advierte a Pedro: «los que a hierro matan, a hierro mueren» (Mt 26,52). La violencia comienza con palabras y puede crecer hasta convertirnos en víctimas de nosotros mismos (Gn 9,6)”. Pero tampoco la reconciliación es una especie de búsqueda de un tipo de tolerancia entendida como indiferencia de los unos a los otros, “tú en lo tuyo y no me importa y yo en lo mío”. Para que se llegue a una verdadera reconciliación se debe pasar primero por el reconocimiento de la dignidad humana del otro, que es imagen de Dios como lo somos todos.

Reconciliación para Venezuela no quiere decir indiferencia ante los hechos ocurridos en estos días por asesinatos y un “olvidémonos de la injusticia, borrón y cuenta nueva”, La reconciliación pasa por hacer justicia a las víctimas del odio y de la segregación. La reconciliación pasa por el reconocimiento del reclamo de unos jóvenes que acaban de nacer a la vida y quieren un país donde ellos puedan ver su futuro aquí mismo. La reconciliación no es tolerancia pasiva hasta el extremo de vivir lo que algunos psicólogos llaman “indefensión aprendida” o “desamparo aprendido”, que es lo mismo decir “acostumbrarnos a que nos peguen”. Pero sobre todo la reconciliación pasa por el reconocimiento de la dimensión espiritual de cada ser humano, el reconocimiento no de un Dios que ve el espectáculo social desde una nube, sino el reconocimiento de la presencia de Cristo en el rostro de cada ser humano, pues él representó en su tiempo el entendimiento entre gentiles y judíos, tal como lo predicó Pablo. “Porque en Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo, no tomando en cuenta las transgresiones de los hombres, sino poniendo en nosotros la palabra de la reconciliación” (2 Cor 5,19).


Pbro Alberto Márquez.
albertoarqui@hotmail.com

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