© Carlos Navea |
Han pasado en
realidad pocos días, pocas semanas, pero para mí han sido horas, minutos y
segundos vividos intensamente. Rompo el silencio porque he visto que ante el
sufrimiento hace bien compartirlo, pues el dolor se hace llevadero y si alguien
se atreve a dirigirte la palabra, éstas son bálsamo que suaviza las heridas.
Mi silencio se
debió, tal vez, a ser precavida y no hablar más de lo que debía, pues ante
tanta injusticia, lo que provocaba era gritar al aire ¡¡ no, no, no así Dios
mío!! Pero quién soy yo para decirle a
mi Creador cómo debe moldearme.
Hoy entiendo
mucho mejor todo el proceso, una purificación de la que saldremos
fortalecidos. Con nuestra fe robustecida
y una total y completa entrega a la voluntad y confianza en Dios Padre, creador
y protector de sus hijos.
¡El dolor!, el
dolor más grande lo recibí de mis hermanos
en la fe, paralizados ante el desconcierto, dejándose llevar por
afirmaciones, publicaciones que hicieron mucho daño y que frenaron las virtudes
que en muchos el miedo y la incertidumbre eliminó por completo.
El dolor y
la rabia, la soberbia y tristeza
aparecieron y fue una lucha constante para que no se instalaran en mi alma. Fui
crucificada, una y otra vez, y sollozaba ante el dolor que se me producía. En esos momentos recurrí a personas a través
del ciberespacio; sí fueron ellas las que me tendieron la mano y me acompañaron
a través de esta dolorosa noche oscura.
Un increíble sacerdote que en su oportunidad fue mi director espiritual,
hizo acto de presencia con sus palabras consoladoras. ¡Qué increíble que los
que estaban a mi lado, desaparecieron en el más profundo silencio e
indiferencia! Me sobran los dedos de una mano para contar los que me arroparon,
consolaron y rezaron. Que doloroso, pero así son los caminos de Dios. ¿No fue
Jesucristo abandonado por sus más íntimos?
Mi profundo dolor
y mi confusión ante lo que Dios me proponía, quedaron plasmados en una carta
dirigida a las presentadoras de mi grupo virtual de estudio de Extensión
Contemplativa, sus respuestas eran leídas por mí una y otra vez para comprender
y asimilar lo que me pasaba. Esta carta la publicaré más adelante.
Solo el perdón y
consideración llegaron a mi corazón cuando una hermosa persona, en realidad dos
de ellas, un diácono y un sacerdote me dijeron: “el miedo paraliza a los
cristianos”. Una de ellas escribía: “También San Pablo
exclamaba “que Dios nos libre también de individuos indeseables y malos, ya que
no todos creen”. Es decir, la intención de provocar el mal existe en personas
concretas en nuestra sociedad y lo peor que nos puede suceder es ser
indiferentes y no reconocerlos. El éxito
del mal es paralizar por el miedo y de que nadie haga algo por nadie y de
ese modo es como la justicia nunca llega, aunque tengamos a favor nuestras
leyes civiles.”
Quiero terminar esta entrada agradeciendo
profundamente primero a Dios Padre que se fijo en esta hija suya para escogerla
y pasarla por esta prueba de fuego, de fe y de amor. Mi entrega a María
Santísima como Madre e intercesora me enseñó que en verdad la amo y la considero
mi Madre amada. A nuestros amigos de toda la vida, de la niñez, juventud y de
este pedazo de mi Venezuela, Valencia, que con sus llamadas y disposición nos
tendieron la mano. A nuestras familias que a pesar de la distancia se ocupaban
de nuestra condición. Y para mi tiene un valor incalculable mis amigos del
ciberespacio, sacerdotes y laicos que oraban y ofrecían la Eucaristía por todas
las familias que nos encontrábamos en una situación de angustia, incertidumbre,
agotados espiritual y corporalmente, pero entregados a la voluntad de Dios. A
ellos bendiciones por ayudarnos a sostenernos en la cruz que nos tocó
llevar.
A aquellos que me dieron la espalda, que
con sus miradas acusadoras me crucificaban, aquellos que con su silencio me
hirieron profundamente, fueron los que con mas locura presentaba a Dios para
que me ayudara a amarlos y esa luz y paz que pude sentir en varios momentos de
la noche oscura, fue debido a mi intención de no dejarme llevar por mi
condición humana y entregarme totalmente al Terapeuta Divino, Él se encargaría
de sanar mi alma.
Esta noche oscura todavía no termina, pero
la llevo como mejor puedo, a veces caigo y me rebelo pero tomo mi cruz y
continúo pues se que quien va a mi lado ayudándome a llevarla es Cristo Jesús,
mi Salvador.
Mi querida, que fuerte proceso el que entiendo has pasado, y lo que más admiro es que lo has manejado desde lo que el Señor espera de nosotros.
ResponderEliminarNo es fácil perdonar, entender el por qué de eso que nos hiere y de quienes menos lo esperábamos, más aun cuando son nuestros hermanos en la fé.
Pero la fé te mantiene en pie, la prueba es superada y al final serán el Señor y a la Virgen quienes recompensen este tramo de tu vida que edifica aun en medio del dolor.
Un abrazo fraterno y doy gracias al Señor por aquellos que te escucharon, se condolieron y dijeron palabras inspiradas por el Cielo.
Gracias Pilita, así son las noches oscuras, nunca me lo había imaginado. Pero saldré fortalecida de esto con la ayuda de Dios
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