Según el monje
cisterciense, P. Thomas Keating, el modo de relacionarnos
con Dios se ha comprendido desde dos
modelos. Por un lado el modelo
occidental y el modelo bíblico del
Evangelio. El modelo occidental es aquel que considera mi relación con Dios
pero “fuera de mi” o “Dios ahí”, es decir, algo así como lo expresado en el AT
en el que Dios es distante y se relaciona con su pueblo a través de la Ley y el
templo, y de su observancia dependía el favor de Dios, de allí la cantidad de
sacrificios que se tenían que hacer para aplacar a Dios, la imagen de Dios es
una concepción punitiva, castigadora. Es por ello que los actos exteriores
terminan siendo más importante que los interiores, hasta el punto que Jesús
tiene que sentenciar como críticas a esta forma religiosa diciendo: “El sábado fue hecho para el hombre y no el
hombre para el sábado”. Algo de eso queda en ciertas costumbres religiosa
occidental de nuestro tiempo, donde el esquema es el siguiente: yo inicio las obras buenas y Dios me tiene
que recompensar.
En el modelo del evangelio: Dios es el que inicia
la obra con la inspiración del Espíritu Santo. Esto es lo que enseña el
evangelio de Juan del día de hoy: “yo
rogaré al Padre y él les enviará otro consolador que esté siempre con ustedes,
el Espíritu de la verdad” o como también expresa en este evangelio “uno que me ama hará caso de mi mensaje, mi
Padre lo amará y los dos nos vendremos con él y viviremos con él”. Es
decir, nuestra vivencia con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo se inicia no
desde lo exterior sino en el interior, en la dinámica misma de la calidad
amorosa de nuestras vidas, es decir la dinámica espiritual es “Dios en yo” y “yo en Dios”, es lo que
llamaron los padres de la Iglesia de los primeros siglos “la inhabitación del
misterio trinitario” en nosotros.
Pero tenemos que
reconocer que esta forma de ver nuestra relación Dios no siempre fue así, aún
en nuestra fe católica se nos ha pegado
la concepción de un “Dios fuera de mí” o
un “Dios ahí fuera”. Keating habla de “actitudes hacia Dios” como actos
piadosos externos (mortificaciones, ayunos…) pero cargado de orgullo o vanidad
o lo que el Papa Francisco llama como mundanismo
espiritual es decir, se relaciona “con el cuidado de la apariencia, no
siempre se conecta pecados públicos, y por fuera todo parece correcto” “una
supuesta seguridad doctrinal o disciplinaria que da lugar a un elitismo
narcisista y autoritario” (EG,94), cuando el evangelio nos dice que debemos
preocuparnos más de limpiar la copa por dentro y después por fuera. Una idea de
Dios fuera de nosotros es ver a Dios como aquel que me debe recompensar por las
obras meritoriamente piadosa pero sin preocuparme del amor a Dios y al prójimo,
“sin preocupación por la inserción del Evangelio en el Pueblo fiel” (EG 97), preocuparme más por el futuro eterno en Dios
que vivir el presente, cuando es ocupación nuestra el presente. Como dice Keating
“profesa los dogmas y observa los ritos externos de la religión católica, pero
no practica el Evangelio. El Evangelio es una ida que hay que vivir, no un
conjunto de observancias”.
Keating como
muchos, habla de la ignorancia al Espíritu Santo: “Este olvido de la presencia
y la acción del Espíritu Santo en nuestra vida no facilitó el camino
espiritual. Los cristianos se sentían inclinados a concluir: ‘Dejaré el camino
a los monjes y las monjas de vida contemplativa’. Y el corolario era; ‘Les
escribiré una carta y les pediré que recen por mí’. Entonces podríamos
sentirnos libres para dedicarnos a nuestros asuntos con tal de profesar el
credo y cumplir las obligaciones rituales exigidas. Estábamos mal informados.
Un cristiano bueno y fiel es el que vive el Evangelio en la vida cotidiana, no
el que sólo lee acerca de él o trata de manipular a Dios para que satisfaga sus
necesidades particulares”.
Con los modos en
el que el evangelio Jesús expresa su presencia, bien sea porque vendrá a
nosotros, bien porque dona su Espíritu o porque ÉL y el Padre están en
nosotros, pues descubrimos que nuestra relación con Dios es dinámica, no
estática, es libre, alegre, creativa, abierta en el amor al prójimo y
apasionado por la justicia, la misma realidad humana se hace morada de Dios.
Jesús habla del
“otro consolador”, es decir, nos habla de aquel que nos prepara para
enfrentarnos ante un mundo hostil, que siempre es adverso con su mentira a la
verdad del evangelio. Quien vive del Espíritu siente que todo lo transforma en
luz, es apasionado por una verdad que quiere que sea amada; es la pasión del
que se siente discípulo del evangelio.
Pbro. Alberto Márquez.
Pbro. Alberto Márquez.